Winnicott analizó en profundidad la relación entre la #madre y el #bebé, y partiendo de la idea de que todo niño tiene la potencialidad de evolucionar hacia la madurez, la independencia y la integración, entendió que es esa relación primaria la que facilita o detiene ese desarrollo. Una de sus frases más memorables de Winnicott resulta tremendamente tranquilizadora frente a todas las conclusiones que antes de él y en tiempos posteriores el psicoanálisis ha expresado sobre el papel materno en la #salud o en el padecer mental del ser humano. Así, lejos de sobrexigencias, #Winnicott explico algo muy simple: el bebé necesita una madre suficientemente buena. No perfecta. No siempre atinada. Sino simple y llanamente suficientemente buena. Esta bondad se determina en tres funciones a cumplir por la madre o por quien cumpla su rol:
-Sostenimiento: que viene a significar la capacidad de la madre para hacerse cargo de su bebé en el sentido emocional, para cubrir sus necesidades y estar disponible.
-Manipulación: referida a los cuidados corporales que la madre dedica a su bebé y que crearán en él una conciencia positiva de su condición física.
-Presentación objetal: es decir, la capacidad de la madre para ir mostrándole al niño los objetos de la realidad.
En el tratamiento psicoanalítico Winnicott abogó por crear una atmósfera que en oposición a ese ambiente primario problemático que el bebé padeció y que truncó su desarrollo, esté caracterizado por el sostenimiento. Sin embargo, se percató, dada su constante actitud observadora, de que esto favorecía una relación de dependencia emocional entre paciente y analista. Y agregó, claramente, que el buen analista (como la buena madre) debe ayudar a su paciente a liberarse de esa dependencia para curarse. Quizás uno de los rasgos más encomiables de este #psicoanalista es su coherencia. Sus conclusiones teóricas, surgidas desde una amplísima experiencia práctica, retornaban siempre a su ejercicio clínico.
Winnicott observa que en el niño recién nacido existe un estado intermedio entre la tendencia a usar el puño o los dedos para estimular la zona oral en una forma "subjetiva" o "narcisista", y su salida al mundo de los objetos reales, objetivos, representados por un osito o un muñeco con el cual el bebé juega poco tiempo después. Dicho estadio intermedio está señalado por el uso de lo que el autor ha dado en llamar objetos transicionales, que en realidad constituyen sólo la manifestación visible de un espacio particular de experiencia que no es definible como totalmente subjetiva ni como completamente objetiva: el de los fenómenos transicionales. Este espacio no es interior al aparato psíquico, pero tampoco pertenece del todo a la realidad exterior y, como veremos luego, constituye el campo intermedio en el que se desarrollarán tanto el juego como otras experiencias culturales. A partir de esta formulación interpreta que debe existir un estadio transicional entre la vida en la realidad subjetiva tal como el bebé la vive y la aceptación de la realidad exterior. Introduce entonces el aludido concepto de fenómenos transicionales, que utiliza "para designar la zona intermedia de experiencia entre el pulgar y el osito, entre el erotismo oral y la verdadera relación de objeto, entre la creatividad primaria y la proyección de lo que se ha introyectado, entre el desconocimiento primario de la deuda" (con el mundo exterior) "y el reconocimiento de ésta".
La pauta de los fenómenos transicionales empieza para Winnicott en un período variable que va desde los cuatro a seis meses hasta los ocho a doce.
La manifestación observable de la emergencia de esta zona intermedia de experiencia es el uso del objeto transicional, que representa para el bebé una primera posesión del no-Yo. Efectivamente dicho objeto transicional no es el bebé, pero tampoco es concebido por éste como exterior a sí mismo. Posee características subjetivas a la vez que otras propias del mundo externo, representado esencialmente por la madre. Ejemplos de estos objetos pueden ser las mantitas, chupetes, pañuelos, etc., a los que el bebé se aferra en estos primeros meses, y que le proporcionan una defensa contra la ansiedad (especialmente la de tipo depresivo), siendo incluso a veces imprescindibles para poder conciliar el sueño. Aunque su variedad es infinita, dichos objetos comparten en general la característica de poder ser poseídos y manipulados por el bebé (que así adquiere derechos sobre ellos), pero a la vez presentan la condición de ser capaces de conservar el olor de la madre u otras de sus características particulares. De esta manera, representan el espacio que el bebé necesita para renunciar a la posesión omnipotente de su progenitora, conservando algo de la seguridad que ésta le proporciona. Como se ve, el objeto transicional puede ser concebido en este sentido como un precursor evolutivo de lo que luego se logrará por medio de las representaciones mentales. Pero para Winnicott, mucho más importante que el hecho de que el objeto transicional represente a la madre, resulta precisamente la circunstancia de no ser la madre.
Esto indica que se ha aceptado algo como no-Yo, aunque este algo no sea tampoco del todo perteneciente a la realidad exterior objetiva. Esta es la paradoja que en opinión del autor debe ser tolerada, de manera que no es operativo formular la pregunta de si el objeto transicional fue creado por el niño o le fue presentado desde el exterior. La aceptación de esta paradojal imposibilidad de contestar la pregunta, supone la aceptación de todos aquellos fenómenos que no pueden ser considerados enteramente subjetivos ni objetivos, y que abarcan todo el campo de los fenómenos culturales. En este sentido, si bien como veremos, a la postre el objeto transicional se abandona y pierde importancia, ello no es porque desaparezca la zona de experiencia que éste expresa, sino porque precisamente su significación se ha extendido para abarcar todo el espacio propio de lo cultural.
Para que se produzca la continuidad de esta experiencia transicional, el objeto "seleccionado" debe cumplir una serie de características que Winnicott resume como sigue:
-el bebé adquiere derechos sobre el objeto, y el mundo exterior los acepta. Sin embargo, esta adquisición representa al mismo tiempo una cierta renuncia a la omnipotencia simbiótica;
-el objeto es amado y acunado, pero también mutilado con excitación;
-se le atribuye cierta vitalidad, como si tuviera vida propia;
-nunca debe cambiar (por ejemplo ser lavado) a menos que el bebé lo haga; su catexia afectiva sufre una descarga gradual.
El objeto transicional representa el viaje del niño desde la subjetividad pura a la objetividad, desde la indiferenciación con la madre a la aceptación de ésta como objeto exterior, con el cual puede establecer una relación objetal. Hay que reconocer que este viaje en realidad no termina nunca.
Atención a adolescentes y adultos.
Asociación Libre - Psicólogos en Guadalajara