Hace apenas unos días (17 de enero de 2019), la OMS en un comunicado de prensa mencionó las 10 principales amenazas de salud para este año 2019, en donde ubica al suicidio como la segunda causa de muerte en personas que se encuentran entre los 15 y 19 años de edad, conducta que a su vez se ubica dentro de las enfermedades no transmisibles que afectan a la población mundial.
En otra publicación de la OMS, se afirma que en el período de 1990 a 2013, el número de personas que sufren de depresión o ansiedad se ha incrementado hasta en un 50%, afectando a millones de personas, cifras que también se han reflejado en nuestro país. El INEGI menciona que el índice de suicidios se ha ido incremento, registrándose el número más alto en el año 2017 con 6,559 defunciones, sin considerar aún no se cuenta con las estadísticas del año 2018. También aparecen los estados de Yucatán y Aguascalientes como las entidades en las que ocurrieron el mayor número de suicidios, aunado a que el estado de Jalisco se encuentra en el séptimo lugar y Nuevo León en el décimo lugar a nivel nacional.
Si bien el suicidio, no es un trastorno ni tampoco una enfermedad en sí misma, el acto se vincula a otros padecimientos emocionales como la depresión, la esquizofrenia u otros trastornos afectivos, condiciones emocionales que como lo especifican las estadísticas referidas, han ido en incremento en los últimos años. Es aquí donde tenemos que detenernos a pensar en qué es lo que está ocurriendo en nuestro entorno para que surja esta situación que pareciera ser tan desalentadora, siendo importante abrir interrogantes que nos puedan dar un camino para hacernos cargo de lo que sucede: ¿Es la convivencia? ¿Esto viene de problemas familiares? ¿Existen pocas oportunidades laborales? ¿Existen pocas opciones para atender problemas emocionales? ¿Es hereditario? ¿Qué hay en mí, que me tiene tan triste?
Vivimos en un mundo acelerado, enfocado en la producción, donde se reduce al sujeto a ser una “cosa”, un ente enfocado en producir objetos, entregar números, cumplir con metas a costa de su tiempo, de la convivencia, de su cuerpo, de su salud, a costa de su psiquismo, por lo que resulta indispensable comenzar a tomar en cuenta estas condiciones. No para justificarlas, no para mencionar que “es normal” que alguien se sienta de tal o cual manera, sino para pensar en qué es lo que tenemos que hacer. También en la actualidad estamos menos dispuestos a escuchar y a acompañar. Incluso, pareciera que estamos más enfocados en realizar juicios de valor a quien demuestra la mínima vulnerabilidad, mostrándonos críticos ante eventos de suicidio. Para muestra hay que observar cuales son los comentarios y expresiones que aparecen en redes sociales entorno a noticias referentes a los suicidios que han ocurrido en el estado de Nuevo León, donde aparecen ataques argumentando “falta de valentía”, incluso algunos comentarios llegan a ser bastante violentos. ¡Que angustia produce el pensar en el sufrimiento que una persona tuvo que pasar, para tomar tan dolorosa decisión!
Es esta angustia la que genera el que de cierta manera tengamos puntos ciegos que no nos permiten darnos cuenta cuando alguien cercano a nosotros sufre de depresión. Es por ello que cuando ocurre un suicidio, deja muchas dudas, incógnitas y culpa en los allegados del fallecido o fallecida, por la sensación de incapacidad de haber advertido lo que le ocurría. Más angustia puede provocar, el poder ver que cuando una persona termina con su vida, ya llevaba buen tiempo en un estado emocional ensombrecido, no es un solo hecho el que lleva a una persona a atentar contra su vida, sino una serie de circunstancias a las que estuvo soportando y que se desencadenan con el término de la vida.
Ya Freud había descrito este estado anímico al que asignó como melancolía, diferenciándolo del duelo como un estado en el que el sujeto presenta una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de capacidad para amar, la inhibición de toda productividad, autoreproches y auto denigraciones constantes que llevan a la persona a buscar un castigo, condiciones internas aunadas a la desesperanza difundida por la cultura, la economía y el entorno, crean un ambiente poco facilitador que impiden al sujeto tener alguna capacidad de gozar de “lo que sea”, de ahí que parezca todo oscuro y desesperanzador.
El estigma que se tiene para personas que intentan quitarse la vida, es un agravante que impide el brindar una atención oportuna a quien le aqueja la depresión ya que suelen realizarse comentarios devaluatorios o de minimización de los sentimientos que experimentan. El acto suicida no es una muestra de fortaleza ni de debilidad, sino una respuesta ante un dolor inmenso que la persona estuvo experimentando por un largo tiempo. De allí que algo importante que hay que realizar es estar al pendiente (en la medida que sea posible) de nuestra propia condición emocional y de los cercanos. No se propone una solución persecutoria o de vigilar para que el otro no se haga daño, sino de abrir caminos para escuchar y atrevernos a pedir ayuda, lo que nos abre posibilidad de hacer algún cambio, no para mejorar las estadísticas, sino para que como personas logremos disfrutar de la vida y de lo que hay en ella.
Comments