¿Cuál es el lugar del #analista? Una pregunta que retumba incesante por muchos pasillos de instancias académicas dedicadas a la disciplina que es el psicoanálisis. Una pregunta que se formularon los grandes teóricos como lo fueron #Freud, #Lacan, #Klein, #Winnicott, #Dolto, etc. y que solo parcialmente lograron contestar. Pareciera que la noción de sujeto en psicoanálisis tiende a una visión especificada en donde el “yo” (en la clínica, el #paciente) es el centro de los procesos; en Freud lo podemos ver gracias a su visión psicodinámica de “un” aparato psíquico de “un” sujeto sin rostro, mismo aparato psíquico que está bien fundamentado en instancias psíquicas como lo son el yo y el ello (en su visión dinámica) o lo #consciente y lo #inconsciente (en su tópica económica) (Freud, S. 1915). En Lacan esta distinción es menos clara debido a la influencia hegeliana que contiene toda su obra (en específico la concepción dialéctica) en donde el Otro tiene un papel importante en la constitución estructural del sujeto, sin embargo, el sujeto (al inconsciente) sigue siendo el principal actor, es la base material que comienza con la dialéctica del deseo, es precisamente de donde parte la visión/creencia de la existencia de #Otro (que necesariamente no soy yo). En la triada Klein-Winnicott-Dolto se podría confundir la diada madre-hijo como una visión de sujeto no centrada solo en el sujeto, sin embargo, recordemos que dichos autores ponen en manifiesto la vital importancia de la madre en los primeros años de vida y sobre todo en la no diferenciación (ni psíquica ni física) entre el infante y la madre, por lo que el sujeto sigue siendo el mismo solo que en diferentes instancias corpóreas (recordando a Freud y las diferentes instancias psíquicas). Es con esta pequeña revisión que surge la duda ¿Cómo es siquiera posible la clínica psicoanalítica si en realidad no hay un lugar para el analista? ¿Será que esa otredad imaginaria (inexistente fácticamente) es el lugar del analista? ¿Cuál en verdad es el lugar del analista en análisis? El presente ensayo tiene como objetivo principal la reflexión de dicha temática y no pretende ser más que un esbozo sobre una (otra) noción ontológica de (un otro) sujeto en psicoanálisis.
La clínica psicoanalítica ha devenido por muchos cambios, unos cambios del orden de lo teórico y de la concepción que se tiene sobre el psiquismo humano y otros del orden de lo metodológico en cuanto al quehacer clínico. Todo comenzó a finales del IXX, la etiología de las #neurosis e histerias estaban atadas a una explicación medica hereditaria que en realidad no explicaba nada (una explicación lineal y autorreferencial). No fue sino hasta los trabajos con terapia hipnótica, impulsada principalmente por Charcot y Janet, cuando las hipótesis sobre la etiología de la histeria comenzaban a florecer. Se supo que había una relación entre el estado hipnótico y el mejoramiento o desaparición de síntomas histéricos, todo por medio de la orden dada por el hipnotista. Sin embargo, no es sino hasta 1895 cuando se publica “Estudios sobre la histeria” que se deslumbran no solo una explicación de la etiología de las histerias (neurosis), sino también un método terapéutico, el método de la abreacción. Es a partir de este punto donde Freud comienza a utilizar dicho método con sus pacientes, mismo método que consistía en que el paciente (en un principio en estado hipnótico) contara el origen de sus síntomas, después de esto el #síntoma se cancelaba (Freud, S. 1905). Freud rápidamente se da cuenta de que este método no funcionaba con todos los pacientes debido a que se requería cierto grado de predisposición sugestiva, sin embargo, dicho método es cambiado por el mismo Freud con otro factor del orden de la sugestión; Freud colocaba su mano en la frente de los pacientes y les decía que recordaran el origen de sus síntomas. Posteriormente (con la llegada de la “interpretación de los sueños”) el método psicoanalítico paso de un orden que corresponde al acto (la vivencia del trauma psíquico por medio de la abreaccion o la sugestión por parte del analista) a un orden que (co)responde a la palabra, la palabra dicha por el paciente, lo que es conocido como el método de asociación libre. Esta pequeña semblanza histórica solo nos puede colocar ante una pregunta ¿El papel del analista sufrió cambios? ¿Acaso se pasó de un lugar activo a un lugar pasivo? Para Freud no hay diferencia, de la sugestión a la interpretación, en ambos polos del tratamiento analítico existe algo clavado en el analista, algo que lo coloca como tal, la cura, el analista es quien brinda la cura. Lo anterior puede explicarse por varios motivos, el más obtuso y por demás simplista es achacarle dicha visión a la tradición medica que Freud tenia (“después de todo, Freud era un médico, un neurólogo, un hombre de ciencia”); Freud era un médico, eso es cierto, pero un médico poco convencional. Es cierto que en un principio (sobre todo en el “proyecto de psicología para neurólogos”) Freud habla de una clara correlación entre el cerebro humano y su funcionamiento celular con el aparato psíquico, de hecho, Freud apela a una localización especifica en ciertas estructuras cerebrales con respecto a ciertas estructuras psíquicas, sin embargo, hay un punto (el cual tiene su origen en “la interpretación de los sueños”) en el que Freud se da cuenta de que el psiquismo en si no es la base material donde descansa (así como un edificio no es cemento y ladrillos), la metapsicología es algo que va más allá de la simple carne. Es a partir de este punto que Freud se da cuenta de que las explicaciones biologisistas no encuadran con la naturaleza de lo inconsciente; es por esta misma razón que el método (y su ulterior desarrollo) no puede seguir la misma línea médica, se pudiera encontrar otra razón del por qué Freud creía en que el analista tiene la cura (o para el caso, que existe una cura), y es algo que atravesaba a Freud como sujeto, no como teórico, era la misma angustia de Freud. Es cierto que Freud fue un pensador como ningún otro, quien se enfrentó a sus propios demonios, que se autoanalizo y que “no tenía prejuicios teóricos”, después de todo ¿No sería todo esto lógico si tomamos en cuenta que estamos hablando de un médico judío de Viena que en la época victoriana se atrevió a afirmar que existía una sexualidad infantil? Sin embargo, y como dice Vladimir Jankelevich (2006): “Sabemos que vamos a morir, pero no lo creemos en realidad”, Freud sabia de la existencia de lo inconsciente (lo analizo, lo puso en coordenadas, lo elaboro teóricamente) pero no creía en realidad en él; es debido a esto que Freud guardaba con recelo el poco poder que le quedaba ante la inminente y atemorizante presencia de lo inconsciente, la cura, y es que en términos concretos Freud no creía que el “analista” tenía la cura, sino que Freud es quien tenía la cura. Zizek (2010) retoma de Lacan y de Hegel un concepto llamado interpasividad (lo contrario a la interactividad), es en esta noción donde un sujeto goza de la actividad para que otro permanezca pasivo, es así como una persona dentro de la ideología liberal-capitalista produce sin dejar trabajo para los dueños de los medios de producción (básicamente funciona como un mecanismo de alienación), pero ¿no es acaso ese el funcionamiento del análisis freudiano ortodoxo? ¿Qué el analista (quien sabe) brinde interpretaciones al contenido inconsciente que trae el paciente al consultorio? ¿No es acaso el analista quien hace la elaboración por el paciente? Freud lo toma de forma distinta, como si el analista es quien guía la cura, pero no es el analista quien guía la cura. Todo esto pone en manifiesto los fantasmas del mismo Freud, fantasmas que muestran un cuerpo devorado por su mismo descubrimiento, por lo que en realidad es, por el inconsciente, la cura era la única cosa que mantenía apaciguada a tal bestia mitológica, lo único que podía domarla bajo el yugo de la razón, el sentido de lo sinsentido.
Con lo anterior se puede creer que la noción de sujeto (y por ende, de analista) en Lacan es radicalmente diferente debido a la posición dialéctica que otorga la presencia del Otro, pero el Otro no es más que un fantasma, un espejo en el que el sujeto (de lo inconsciente) se refleja y se constituye; el Otro en Lacan tiene la connotación de la cura en Freud, el Otro es lo que vuelve interpasivo al sujeto, es esa parte a la que se aferra la razón, un significante encarnado de significados. Esta característica está presente en la concepción de Lacan sobre la dialéctica del deseo #Edipico y la diferenciación entre la imago paterna y la imago materna, ambos fantasmas del mismo #GranOtro, misma función que transferencialmente se pone en juego en análisis (Lacan, J. 1997), entre el acercamiento y la separación, entre la unión con la madre y la separación por el padre; es justamente en este punto donde el Otro se vuelve otro-que-no-soy-yo u otro-que-soy-yo, es en esta función concreta en análisis que Lacan propone como el “lugar del muerto o de la basura” donde el Otro (analista) funge como amo (siguiendo la dialéctica amo-esclavo o dialéctica del deseo), mantiene en interpasividad al sujeto, lo aliena a su deseo, el deseo de oír el discurso del sujeto, el deseo de ser el Gran Otro, se ser analista (misma posición que es del orden del “ser”, algo muy arcaico y por demás perverso). A final de cuentas ¿Qué es lo que hace el paciente/analizando cuando no recibe una respuesta de su analista? ¿Sera que exige como tal una respuesta a su deseo o será que es obligado a hablar para evitar aquel silencio que a final de cuentas es el vacío del deseo, la falta?
La postura freudiana apuesta por una actividad por parte del analista, siendo así este último alienado al deseo del paciente (por medio de la interpretación y demás). Por otro lado la postura lacaniana apuesta por una pasividad (casi mortífera) por parte del analista, dando oportunidad a la alienación de este por el deseo del paciente. Ninguna de las dos posturas considera algo importante, y es que el analista es otro sujeto de lo inconsciente, es otro fantasma en este pueblo abandonado llamado mundo.
Freud (1938) en su texto “la tarea práctica” habla sobre la función del analista en tanto aliado del yo debilitado del paciente, como curandero de aquello que ha sucumbido ante la desfragmentación psíquica. Es precisamente esa noción de interpasividad (por parte del analista) la que obliga a Freud a desestimar la clínica con psicóticos que contemporáneos suyos (tales como #Jung) estaban llevando a cabo. El psicótico esta fuera de la realidad, su “yo” no solo está avasallado por la pulsión misma, este se ha vuelto instancia misma de toda pulsión inconsciente, su cuerpo se ha transformado en la libreta de un poeta maldito (Freud, S. 1923) ¿Cómo podría alguien fuera de la simbolización, alguien fuera del lenguaje, brindar material para la actividad practica del analista (la interpretación)? ¿Cómo un pescador puede ser tal cual aquello sin realmente peces en el mar? El analista (desde Freud) no puede ser analista sin su actividad, sin interpretar contenido inconsciente. En Lacan los psicóticos se vuelven objetos de goce del analista, el analista (en su silencio sepulcral) obliga al psicótico a reelaborar el mundo en que vive, lo obliga a simbolizar, el analista lo fuerza a trabajar; en ambos casos el lugar del analista es el mismo solo que invertido en la dialéctica interactividad-interpasividad, el lugar del analista es el de aquel que trabaja (uno trabaja tal cual haciendo algo, el otro trabaja en tanto tiene que encontrar la forma en que el paciente trabaje), en ambos la angustia del analista es evidente (o se hace mucho o no se hace nada).
En su texto de 1916 titulado “resistencia y represión”, Freud habla de las dificultades que le presenta el paciente al analista con respecto a la cura. El paciente hará todo lo posible por no curarse, por seguir con su síntoma, es entonces tarea del analista el luchar (esforzarse, trabajar, producir estrategias, mantenerse activo). El síntoma (Freud, S. 1916) se crea como algo de soporte para el psiquismo del paciente, Freud nos dice que objetivamente es inservible, se repite sin cesar y causa malestar en el paciente. La tarea del analista es pues la cancelación de dichos síntomas para poder llegar al trauma original, llegar al origen de toda la patología y así poder “curar al paciente”. La cuestión es ¿La cura en verdad es posible? O incluso podríamos preguntar ¿La cura es deseable para el paciente? ¿Es deseable para el analista? Estas cuestiones quedan abiertas para ulteriores debates teórico-prácticos dentro de la comunidad psicoanalítica.
Se sabe que el lugar del #analista está en el consultorio, en una silla delante/frente al diván en donde se posiciona el analizando. Se sabe que para el analizando el lugar del analista es el del “sujeto supuesto saber”, es decir, aquel que sabe mi secreto, aquel que ya sabe lo que en verdad deseo, pero, ¿Cuál es el lugar del analista para el analista?
El lugar del analista es precisamente aquel lugar no dicho, aquel lugar nebuloso en donde el analista se pierde, en donde no es ni sujeto ni objeto, en donde es “inconsciente” de su deseo, en donde no existe tal cosa como lugar o analista. Freud pone en manifiesto el lugar del analista como aquel que hace esfuerzos por curar al paciente, como acompañante en análisis (un acompañante activo). Lacan coloca al analista en el lugar de muerto, de objeto de goce perverso de sí mismo, en una línea de total naturaleza fantasmagórica. Pero ni el analista es activo ni es pasivo, no es sujeto ni objeto, no es objetivo ni subjetivo, no es analista ni analizado. ¿Qué es entonces el analista? Es un Otro que necesariamente (no) soy yo, es algo del orden de lo Real, es un fantasma que escucha y repercute en lo que yo digo en análisis. Es precisamente esta naturaleza fantasmagórica el lugar del analista, más aun, es el analista. Cuando uno llega solicitando análisis y se recuesta por primera vez en el diván se dará cuenta de esa sensación monstruosa, la verdadera sensación de estar solo, de hablar con el vacío que eres tú, de ver quien en realidad eres. El analista brinda interpretaciones, habla, se calla, llora en silencio, ríe fuertemente, hace algo mientras no hace nada, se encuentra ahí pero tu no lo puedes ver, solo intuyes que está ahí pero el problema reside en que en realidad no está ahí, está en otra parte y a la vez responde a la demanda de amor que exiges a través de tu análisis. La figura del analista es como una representación delirante para un #psicótico, aparece en los momentos cruciales, te angustia y (no) repara en ti para después marcharse. El analista es un fantasma, hace mucho tiempo que murió (desde que se entra al consultorio), pero sigue ahí, no vivo ni muerto pero si presente, el fantasma que es el analista también tiene su inconsciente, es un sujeto que no lo es, es un objeto que en realidad no lo es, el analista no es. La clínica psicoanalítica no se apuntala ni en dirección del sujeto ni del analista, se apuntala al inconsciente, a aquello que se comparte por ambas instancias orgánicas y psíquicas que juegan con palabras en un espacio determinado llamado consultorio. Tanto la cura como la elaboración simbólica no existen, lo que existe es el inconsciente, mismo que no solo se manifiesta en análisis sino que es el análisis mismo. El analista es la nada que se fundamenta en el vacío que es el paciente, el análisis es la representación de las mociones pulsionales de un inconsciente que grita y devora todo a su paso (incluyendo a analista y analizando). A final de cuentas, la pregunta no es ¿Cuál es el lugar del analista? Sino más bien ¿Cuál es el no lugar del analista?
Psicólogo Gabriel Chávez
Atención Psicológica a Adolescentes y Adultos
Asociación Libre - Psicólogos en Guadalajara
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