A lo largo de nuestra vida en más de una ocasión nos ha tocado despedirnos de alguien, ya sea una ruptura amorosa, un ser querido que fallezca, un grupo que se gradúa, amigos que se mudan o algún otro.
Es un proceso muy doloroso para algunos y muy natural para otras personas, pero ¿qué hace la diferencia? ¿Por qué para algunas personas cuesta tanto decir adiós?
En este mundo y en esta vida todo tiene un principio y un fin, y eso es un hecho que no podemos cambiar. La cultura mexicana nos ha enseñado que cuando nos despedimos debe ser algo sumamente desastroso, sufrible, doloroso y triste. Como cuando acudimos a un velorio, asumimos que la persona a quien le vamos a dar el pésame se encuentra devastada y deprimida, en ocasiones si no ven que los seres queridos sufren y lloran amargamente en el velorio se tacha de que están en etapa de negación o que no tenían una relación tan cercana. En otras cuestiones, como rupturas amorosas, se nos enseña que alguno de los dos debe ser el villano y el otro la víctima, que alguno falló o que hubo una tercera persona de por medio.
No tiene por qué ser así. Las despedidas siempre han ocurrido, ocurren y no dejarán de presentarse en nuestra vida y una buena manera de sobrellevarla sin morir en el intento es aprender a cerrar ciclos de una manera saludable.
Existen muchos tipos de finales, los que son provocados por la situación (como una muerte o mudanza), las que son decisión de alguna persona (despidos, renuncias), las que son decisión de todo los involucrados (divorcios). Una vez que tenemos frente a nosotros la separación ya no hay vuelta atrás, es algo que está sucediendo. Si se trata de algo que no depende de ti, no vale la pena querer cambiar las cosas.
Si eres tú quien decide decir adiós, ya sea porque esa persona ya no representa para ti lo mismo que antes: te ha fallado, han tomado distintos caminos en la vida o consideras que es mejor que ya no forme parte de tu entorno. Ya sea una pareja, un compañero, o una persona que compartió situaciones contigo o estuvo cerca de ti en algún área: llegó el momento de decirse adiós.
El hecho de que tú decidas decir adiós o no puedas hacer nada para evitarlo, no significa que no vayas a vivir un duelo. Es natural que al despedirnos de alguien nos sintamos tristes, melancólicos y hasta nostálgicos pues ya nos acostumbramos a contar con la persona, a su tono de voz, a su presencia, y ahora se va a percibir cierto vacío pero esto nos ayudará a avanzar y crecer.
Una manera de decir adiós es valorar lo que esa persona aportó a tu vida agradecer lo que se dio y lo que no se dio, lo que recibiste y lo que hizo falta, pedir perdón por los errores y las faltas porque todo eso formó parte de la relación. Evitar reproches y reclamos es una buena idea, pues no lleva a nada ya que se ha terminado ni te va a hacer sentir mejor y mucho menos a la otra persona. Tratemos de salir lo menos maltratados posible. Después de eso y de escuchar lo que la otra persona tiene que decir (de lo cual tomamos lo que nosotros creamos que nos sirve para crecer) lo mejor es vivir el duelo, dejarlo pasar y convivir con la tristeza. Eso no quiere decir que nos vamos a tumbar en el sillón por días sino que no vamos a negar que estemos tristes y que nos duele la separación. También es buena idea enfocarnos en el presente y en las actividades que disfrutamos, así como acompañarnos de nuestros seres queridos.
No es malo decir adiós, no es malo despedirse ni cerrar ciclos, es algo natural. Si lo vivimos con aceptación evitaremos mucho sufrimiento. Imagínense dejar todos estos ciclos abiertos, despedida, tras despedida, tras despedida, y ninguna sin culminar, no estaría chido ser una persona con rencor, dolor o miedo eterno. El tiempo por sí solo no sana las heridas y cada quien tendrá su manera de afrontarlo pero si crees necesitar ayuda en un duelo complicado, es mejor acudir a un especialista.