Todos en cierto momento de nuestra vida hemos sentido dolor y desesperación por alguna situación, por un pensamiento que no nos deja continuar y sentirnos tranquilos, estables.
A ésta sensación la llamamos sufrimiento y su presencia en nuestras vida nos impide avanzar y sentirnos plenos.
A nivel social y cultural en ocasiones el hecho de que estemos sufriendo es valorado e incluso incentivado. Cuando nos sentimos mal recibimos más atención y apoyo, o aquellos que nos rodean por culpabilidad o angustia acceden a nuestros deseos, incluso, se habla de que un verdadero amor (a nuestra pareja o a nuestros hijos) implica sacrificio y sufrimiento para ser verdadero.
Sin embargo, ésta visión de nuestra propia vida nos deja atrapados, nos deja viviendo en el dolor y la angustia de no poder sentirnos nosotros mismos, de no poder seguir adelanta y dejar atrás aquello que me duele y paraliza, llegando incluso en ocasiones a hacer cosas de manera repetitiva y por largo tiempo para dejar de pensar en eso: Veo durante horas televisión, me enfoco en vigilar las actividades de mi familia o pareja, apuesto o compro compulsivamente, etc. todo con tal de evadir mis pensamiento y sentimientos al respecto de lo que me hace sufrir.
La presencia del sufrimiento en mi vida es una invitación, una oportunidad para el cambio, pero para aceptar ésta invitación es necesario reconocer en donde nos encontramos.
Debemos reconocer que si continuamos por el mismo camino por el que siempre hemos andado muy probablemente lleguemos exactamente al mismo lugar.
Rompamos el círculo que nos ata a nuestro sufrimiento y démonos la oportunidad de darnos a nosotros mismos la tranquilidad que deseamos.