La obesidad es un problema de salud, no sólo física, sino social y emocional que está muy normalizada en el contexto mexicano, debido al significado que tiene la alimentación en nuestra cultura. Cada vez es más común ver a niños y niñas con este tipo de problemáticas y desde hace años los sistemas de salud han hecho modificaciones tanto en los abordajes de prevención e intervención como en los protocolos alimenticios en las escuelas.
La obesidad ha sido fuertemente asociada con padecimientos de salud mental como depresión, ansiedad, falta de control de impulsos, bajo autoconcepto, dificultad en las relaciones sociales y dificultades en la vida sexual, es por eso que pensar en un niño que desde etapas muy tempranas de su desarrollo presenta problemas de alimentación es tan alarmante, pues lo convierte en un blanco vulnerable para otros padecimientos que son igual de preocupantes como el acoso escolar, la dificultad de estilos de vida saludables en la adultez y enfermedades mentales.
Lo más adecuado es una intervención multidisciplinaria conformada por psicólogo, nutriólogo y médico (por lo menos), además de que la intervención debe realizarse en las distintas áreas del niño como son la escuela y la casa. Al hablar de niños y obesidad, no podemos olvidar el papel tan importante que juegan los padres en la intervención y tratamiento de la enfermedad, es por eso que aquí se enlistan 5 breves recomendaciones dirigidas a los padres que buscan iniciar con ese proceso:
1. Establecer horarios definidos. Éstos basados en la evaluación del contexto y necesidades familiares, así como en la dieta y estrategia propuesta por el nutriólogo experto en el área.
2. Evitar premiar o castigar con la comida. Uno de los principales problemas de la obesidad es que se establece un lazo afectivo con la comida, ya sea de amor u odio, y este tipo de conductas favorecen esa relación.
3. Es mejor ser constante que rígido. A veces los padres se vuelven jueces punitivos del consumo del hijo, lo cual puede aumentar el nivel de angustia y así, el impulso de consumir alimentos sin hambre. Basta con establecer los horarios y porciones y acompañarlo en el proceso.
4. Una comida sin estímulos. Ver televisión o realizar actividades con el teléfono, tablet u otro artefacto que distraiga durante la comida, dificultan que cualquier persona pueda ser consciente de su alimentación, siendo que este punto es necesario para el cambio de hábitos y significados en la alimentación.
5. Ser un guía en el ejemplo. Es complicado para los niños realizar estos cambios y sostenerlos si dentro del núcleo familiar se viven conductas que promuevan lo contrario, por ejemplo: si los padres tienden a solucionar sus emociones angustiantes con conductas evitativas, si la dinámica familiar promueve estados de ansiedad o si alguno de los padres presenta malos hábitos en la alimentación.