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Artículos sobre Ayuda Psicológica

La psicoterapia en ocasiones pasa por momentos de calma y de reflexión, por esto a veces necesitamos generar una pausa en nuestro discurso, procesar en nuestra mente lo que acabamos de decir.

Cuando acudimos a un proceso de psicoterapia, tomamos la decisión a partir de un malestar que nos aqueja y que representa un obstáculo en nuestra estabilidad emocional principalmente. El malestar o problemática suele cobrar fuerza, y después de intentar sobrellevarlo por nuestra cuenta o mediante el apoyo de terceros, nos damos cuenta que necesitamos una ayuda profesional; es así que la afectación o afectaciones que experimentamos se convierten en un motivo de consulta que queremos solucionar o eliminar, se vuelve un mal que interfiere con nuestra calidad de vida, nuestras relaciones sociales y sentimentales, nuestro desempeño laboral/académico/físico, irrumpe con la normalidad de nuestro funcionamiento, altera el estado emocional, e interfiere con la racionalidad con la que tomamos nuestras decisiones. Durante las primeras sesiones, el psicoterapeuta generalmente dedica el tiempo a dirigir un proceso de entrevista, en el que, el abordaje suele ser más activo y directo, de modo que la participación de la persona que consulta se enfoca más en prestar atención a las preguntas y brindar los datos que le solicitan; si bien es cierto que desde las primeras sesiones se otorga un espacio para que la persona pueda expresar mucho de su sentir y encuentra un primer momento para canalizar ese dolor o afectación, las primeras sesiones tenderán a estar enfocadas a la exploración por parte del psicoterapeuta para obtener la mayor información posible que permita llegar a una impresión diagnóstica, proponer el trabajo del tratamiento, establecer objetivos.

 

La atención psicológica puede ser abordada desde diversas corrientes teóricas, y particularmente desde nuestra clínica en “Asociación Libre” se trabaja a partir de la corriente psicoanalítica, la cual abarca diversas posturas que buscan brindar un abordaje profesional y orientado hacia el bienestar de las personas, trabajando desde la individualidad y el mundo interno subjetivo; por tal motivo, el psicoanálisis brinda un espacio abierto a las posibilidades durante el proceso de atención terapéutica, ya que no restringe las temáticas que la persona necesite hablar, ni tampoco marca una pauta sobre cuál es el mejor momento para expresar un sentir o pensamiento. Por el contrario, el psicoanálisis respeta el tiempo que requiere la persona en calidad de paciente, y es así como la técnica proporciona libertad de expresión para tratar las problemáticas desde diversos ángulos. Sin embargo, es cierto que no todas las personas poseen las mismas cualidades, recursos psicológicos y malestares, de ahí que habrá personas que requieran un tipo de atención mucho más directivo y metódico, así como existen quienes requieren un espacio de psicoterapia para poder transmitir todo cuando viene a su mente; por ello, en ocasiones el proceso de psicoterapia resulta complejo, ya que la presencia del terapeuta despierta ideas y sentimientos en el paciente, y esto es un fenómeno común que ocurre y que muchas de las veces influye en el flujo normal de la comunicación, e interfiere con la voluntad del paciente para tratar un tema delicado.

 

Respecto a los momentos en los que acudimos a nuestras sesiones de psicoterapia y no encontramos las palabras correctas, o no nos sentimos con la disposición para poder exponer lo que nos aqueja, trataremos algunos puntos importantes para tomar en cuenta y facilitar nuestro proceso de atención psicológica. Es importante señalar que no se trata de seguir una guía estructurada para saber que decir durante las sesiones, más bien el propósito es comprender que es normal de pronto sentir que no contamos con la claridad suficiente para hablar, que de pronto hay días que acudir a la sesión representa cierta pesadez, que incluso existen momentos en los que considerábamos sentirnos muy preparados para hablar y de pronto no encontrar un sentido a lo que estamos diciendo.

 

Nuestra personalidad y manera de pensar.       


Después de varias sesiones, poco a poco se irá revelando mucho de nuestra personalidad, y es así como al ir tomando confianza de nuestro terapeuta encontramos un espacio de mucha más familiaridad para tocar temas sensibles, hablar aquellos secretos que hemos ido cargando durante años, compartir anhelos que no hemos expuesto a nadie más, e incluso descubrir deseos inconscientes que a través de la intervención de nuestro terapeuta se revelarán. Al respecto, podemos observar como una persona en la que predominan rasgos de extroversión y seguridad, tendrá cierta facilidad para hablar y generar conexiones entre sus pensamientos, afectos y las acciones de su día a día; por el contrario, es común que las personas introvertidas, tímidas, con tendencia al nerviosismo y la ansiedad, presenten muchas más complicaciones al momento de asistir a la sesión y encarar el malestar que padecen, ya que por naturaleza son personas que no están acostumbradas a exponer su punto de vista o a manifestar sus opiniones frente a otros, prefieren resguardar mucho de lo que sienten y procuran ocupar un rol más observador y menos protagonista.

 

De este modo, la personalidad puede es un factor que de pronto interfiere con el flujo de información y en ocasiones limita la decisión de externar lo que pasa por la mente durante la sesión. Cabe resaltar que no necesariamente hablando de manera basta y con fluidez, signifique que estamos trabajando en el análisis de las problemáticas, ya que muchas de las veces la resistencia para exhibir tópicos dolorosos se suscita a través de discursos prolongados que buscan distraer el foco de atención; para esto, el terapeuta deberá estar atento para realizar los señalamientos pertinentes.

 

Por lo tanto, independientemente de las características psicológicas y comportamentales que poseamos, debemos comprender que en la psicoterapia hay un espacio para todos, el terapeuta tiene la responsabilidad de poder dirigir un abordaje ético y profesional, y esto implica que respetará el valor de las personas en calidad de pacientes, así como el tiempo que necesiten para transmitir asuntos trascendentes y dolorosos. En ocasiones, con la ayuda de las preguntas e intervenciones del terapeuta podemos contar con un punto de partida para seguir avanzando con la temática que estamos desarrollando sobre nuestras vidas, sobre aquel suceso traumático que influyó en nuestro bienestar, o sobre aquella pérdida de la que no hemos podido encontrar el momento para hablar sobre detalles que necesitamos desahogar y sanar. Es así que podemos sentirnos aliviados al acudir a las sesiones, ya que si bien para muchos puede representar un reto el comenzar a hablar, no existe un juez o moderador que esté calificándonos o que regule lo que decimos, y es así que, independientemente de cómo nos comportemos o la manera en la que pensemos, la psicoterapia psicoanalítica facilita un espacio para expresar todo lo que acuda a la mente, sin importar que tanto lo califiquemos nosotros mismos de irrelevante, absurdo, fuerte, alarmista, ilógico; porque entonces, si durante la sesión aparece una frase, pensamiento, recuerdo, anécdota u opinión, tiene una razón de ser porque la técnica de la asociación libre permite trabajar con cualquier material que el paciente exponga durante la sesión.

 

Durante la sesión a veces me quedo en silencio.

 

No podemos pretender que, al tomar un tratamiento psicoterapéutico, en todo momento actuemos como un orador o locutor, que recita de memoria un monólogo o narra una historia elaborada y compleja. La psicoterapia en ocasiones pasa por momentos de calma y de reflexión, por esto a veces necesitamos generar una pausa en nuestro discurso, procesar en nuestra mente lo que acabamos de decir o escuchar, así de pronto necesitamos replantear una idea para poder continuar con el contenido que necesitamos transmitir. Lo que hablamos en psicoterapia como pacientes, son palabras que van dirigidas a nuestro terapeuta quien las recibe y analiza, pero a la vez se dirigen a nuestros propios oídos, ya que de esta manera encontramos un sentido a todo aquello que rondaba en la cabeza y que no habíamos expresado de ninguna manera; en ocasiones el silencio de la sesión resulta en una pausa necesaria para respirar, recuperar fuerza, descansar del ritmo acelerado de nuestro discurso, recomponernos anímicamente por el impacto de lo que acabamos de decir, o prepararnos para hablar sobre ese asunto tan importante que por primera vez será escuchado por alguien más, siendo así que la psicoterapia psicoanalítica no forzará a que la persona exponga en todo momento un tema, ya que entendemos también que hay sucesos que el simpe hecho de platicarlos implica volverlos a vivir, experimentarlos como la primera vez, de ahí que al pretender hablar de un tema difícil en terapia, decidiremos el momento en el que nos sintamos listos para enfrentarlo.

 

El miedo a ser juzgado.   

 

Nadie somos perfectos y nadie posee la verdad absoluta, por lo tanto, el terapeuta profesional comprende que el contenido que el paciente comparte en sesión es muy valioso y requiere un esfuerzo considerable para ser transmitido. Cuando recibimos atención psicológica es normal que presentemos ideas particulares sobre lo que los demás piensen de uno mismo, y en este caso, la opinión que el terapeuta se formule a partir del contenido que expongo en mis sesiones. Dentro de la terapia psicoanalítica, existe un fenómeno llamado “transferencia”, que implica a grandes rasgos el establecimiento de un vínculo entre el paciente y el terapeuta, en el que el paciente deposita sentimientos, pensamientos, ideas o fantasías en el terapeuta, y se trata de un proceso normal que incluso forma parte del proceso de tratamiento, porque ayuda a facilitar el análisis; por lo tanto, será igualmente normal que frente a nuestro terapeuta generemos una sensación de temor o vergüenza para hablar de ciertas situaciones o experiencias que me han ocurrido, porque entonces “¿qué pensará de mí?”. Repitiendo un señalamiento anterior, no pretendemos brindar una instrucción de lo que se debe o no se debe decir en las sesiones, y es así que el que una persona experimente una sensación de pena, pudor, indiferencia, temor, etc., frente a su terapeuta, será un contenido que deberá ser interpretado con el objetivo de avanzar en el tratamiento del paciente. Por lo tanto, es normal no sentirnos cómodos al hablar de nuestra vida frente a una persona que dirige su total atención en nosotros, pero entonces toca preguntarnos el por qué sucede esto, qué tanto esto forma parte de una limitante que se repite o se traduce en otros impedimentos de mi vida cotidiana; si bien el paciente es libre de decidir si desea continuar o si optará por buscar un nuevo terapeuta, lo importante es que la persona pueda desarrollar una conexión en el proceso de atención psicológica que le ayude a vencer las barreras que le impiden externar su sentir.

 

Algo que como psicoterapeuta he podido identificar en mi práctica clínica, es que en muchas ocasiones el paciente acude en un estado de duda, a veces se presentan con cierta serenidad y habiendo tenido una semana en la que no ocurrieron sucesos que le hayan inquietado; motivo por el que después de preguntarles por cómo se encuentran o sobre el tema que quieren tratar, suelen responder que no hay un contenido o asunto en específico. No obstante, lo interesante es que una vez que comienzan a expresar el contenido inicial, se concatenan los motivos de consulta y se genera un discurso cargado, esto a pesar de que los pacientes comienzan narrando su fin de semana, un programa de televisión que acaban de ver, una problemática en el trabajo, o incluso situaciones placenteras y exitosas. Lo importante es considerar que la presencia de la persona en sus sesiones obedece a un objetivo, el buscar lograr vencer una dificultad, el superar un estado emocional afectado, y muchas de las veces ese tipo de problemáticas llegan a ocultarse o a pasar desapercibidas después de pasar por días en los que las situaciones han ido mejorando. Independientemente del estado emocional en el que se presente una persona, la asociación libre como técnica produce un efecto interesante que impulsa la generación de un discurso que se desarrolla y expone afectos, la narración de los síntomas, conflictos no visibles, y contenido inconsciente que quiere encontrar una manera de manifestarse. Finalmente, podemos acudir a nuestra sesión de psicoterapia con la tranquilidad de que seremos escuchados, sin importar lo que sea que queramos o pretendamos decir, ya que incluso, habrá ocasiones en las que sin haber elaborado una temática con antelación, terminaremos expresando una serie de enunciados y eventos que nos llevaran a avanzar en el análisis de nuestras problemáticas.  

 



  

 

 

 












Lic. José Ruy García Burnes

Psicólogo clínico

Asociación Libre Monterrey

  • 29 ago 2024
  • 9 Min. de lectura

Al hablar de la palabra “trauma” entendemos por su raíz etimológica la representación de una “herida”, por lo que entonces hacemos referencia a una marca o hecho que impacta o perjudica, y genera una modificación. Cuando señalamos que una persona posee un trauma psicológico, implica que existe una afectación importante que ha perdurado y que de no atenderse es capaz de generar un malestar crónico, entonces, así como para la medicina el trauma representa un daño o lesión a nivel físico causado por una fuente comúnmente externa, psicológicamente entendemos que la generación del trauma significa precisamente un impacto negativo que desestabiliza a la persona en muchos sentidos, teniendo una respuesta particular ante aquello que lo ocasionó y ante las consecuencias del mismo. Las situaciones adversas, aquellos eventos que atentan contra nuestra integridad y la de las personas a nuestro alrededor, son los factores que pueden convertirse en las causas que generan un trauma psicológico, sin embargo, debemos de tomar en cuenta que lo que para una persona representa un impacto emocional o una experiencia sumamente impresionante, no lo es necesariamente para otros, siendo entonces que para que el trauma se consolide, implica que los recursos psicológicos de la persona resultaron rebasados y el grado de afectación fue tan considerable que inhabilitó la capacidad para responder funcionalmente ante alguna problemática. Es necesario también explicar que hay varios factores que contribuyen para que se presente el trauma, ya que lo que está en juego no solo es un suceso perjudicial, sino que importa la edad cronológica, el entorno familiar/social/cultural, así cómo la condición de salud física y psicológica de la persona.

 

Existen diversos tipos de traumas que se dividen de acuerdo al nivel de intensidad de los factores que lo causan, las repercusiones variables y la relación con otros padecimientos psicológicos y psiquiátricos específicos, sin embargo, en el presente artículo nos enfocaremos a analizar la trascendencia que representa el trauma psicológico en la vida de las personas y las maneras viables de encontrar soluciones. A nivel subjetivo y muy singular, cada hecho traumático genera un impacto importante en las personas, no obstante, si hablamos de la particularidad de cada individuo, un evento adverso puede no implicar un daño irreversible a la vida de alguien o representar un conato de muerte, y aun así producir un efecto prolongado mediante la aparición de síntomas que alteran el funcionamiento normal. En la práctica clínica psicoanalítica, la intención no es generar una comparación que desestime las vivencias que una persona llega a tener, sino precisamente el que podamos dar importancia a que lo que le ha ocurrido, representó un parteaguas en la calidad de vida, que por más enorme o minúsculo que pueda clasificarse un problema, a nivel psicológico asume un papel preponderante y gana peso conforme perjudica la salud en general.

 

Las situaciones trágicas e inesperadas

 

Es imposible pretender tener una vida libre de conflictos en la que no se produzca ninguna sensación de amenaza real, ciertamente el proceso de desarrollo físico y mental a lo largo de los años y las etapas, por sí solo representa un factor de conflicto, porque orilla a la persona a ajustarse a su entorno de acuerdo a nuevos roles, responsabilidades y expectativas, siendo así que esta condición en ocasiones estresa, inquieta, significa tener que movernos de lugar y modificar nuestros esquemas. Entonces, vivimos atendiendo nuestras necesidades y cuidando de nuestra integridad, pero es inevitable enfrentar posibilidades de amenaza o circunstancias terribles, por ejemplo, el radicar en una ciudad que lidia constantemente con desastres naturales o que pasa por problemas de violencia social y política, guerras, sufrir accidentes que producen lesiones importantes, y ser testigo de actos de agresión y muerte, son sucesos que normalmente rebasan los recursos psicológicos de una persona y que además se convierten en recuerdos difíciles de sobrellevar, precisamente por el grado de estrés que alteró a la persona en su momento y que posteriormente anuló la tranquilidad ante el miedo de que vuelva a ocurrir.

 

El evento trágico y repentino produce una sacudida emocional y física importante en la persona, nos recuerda la posibilidad de dejar de existir, y es así como las personas que enfrentan este tipo de situaciones son muy propensas a desarrollar un trauma psicológico, siendo normal que en los días inmediatos al suceso la persona permanezca en un estado de shock, abrumo, miedo, desesperanza, pero que de igual manera la condición de trauma puede prolongar tales sensaciones por un tiempo indefinido y además intensificarlas y producir nuevos síntomas. Por ejemplo, el ser testigo de la muerte de un familiar mediante un accidente podrá generar una reacción de alteración inmediata, respuestas descontroladas mediante llanto, asombro e incomprensión; sin embargo, el quiebre emocional que conlleva con el tiempo cuando no se logra sobrellevar el evento, hace que el recuerdo tenga tanta relevancia que reviva la sensación de malestar cada vez, aunado a desencadenar enfermedades físicas y psicológicas.

 

A pesar de que nadie estamos preparados en su totalidad y tampoco esperamos vivir una situación adversa, sí es posible que las personas que cuentan con recursos personales y psicológicos efectivos tengan un pronóstico con mayores posibilidades en comparación con aquellas personas que viven en una condición vulnerable. En este sentido todo aquello que le brinde soporte a una persona, le ayudará a sostenerse anímica, mental y físicamente al momento de tener que enfrentar una situación que lo vulnere. Por ejemplo, el contar con una salud física en optimas condiciones, vivir en un entorno familiar de amor y comprensión, contar con vínculos sociales que funcionan como redes de apoyo sanos, tener experiencia sobrellevando problemáticas pasadas, haber logrado enfrentar pérdidas significativas, poseer capacidad de introspección, alta autoestima, conocimientos en temas específicos de salud y autocuidado etc., representan esos recursos que impulsan a una persona para abordar con mayor facilidad un evento trágico; claro está, que con esto no pretendemos asumirnos como invencibles o insensibles, sino que bajo condiciones de “estabilidad o equilibrio” el impacto de la situación traumática resulta considerablemente menor a largo plazo, e incluso muchas de las veces no se convierte propiamente en un hecho que produzca padecimientos posteriormente.

 

El trauma de la infancia y su permanencia durante el tiempo

 

Mas allá del impacto negativo de una experiencia trágica e inesperada, la condición de trauma psicológico también se desarrolla a partir de sucesos constantes, prolongados, incluso mediante intervenciones dosificadas pero recurrentes que recibimos de terceros, lo cuales representan todo tipo de maltrato, físico, psicológico y sexual. La niñez es una etapa crucial del desarrollo del ser humano, y es también un periodo en el que nos valemos de nuestros cuidadores principales, los tutores, los padres. Lamentablemente es una realidad que niñas y niños en su estado de indefensión, son víctimas de este tipo de maltrato por parte de familiares, así como en la escuela y en su entorno social, perjudicando de manera importante el proceso normal de desarrollo, lo que conlleva a la generación de problemas comportamentales, de salud emocional y física, así como reducción de habilidades sociales y cognitivas, lo que además limita el aprovechamiento escolar. La persona que lidia con este tipo de repercusión durante la niñez, tiende a crecer con una serie de carencias que se ven reflejadas de maneras distintas durante la adultez, por lo tanto, el trauma psicológico puede ser representado por hechos que ocurrieron años atrás y de los que no se encuentra una salida efectiva, generando un proceso de enfermedad en la persona adulta, un malestar que en ocasiones pareciera contenerse y en otras se manifiesta de manera muy notoria afectando la calidad de vida.

 

Las situaciones de maltrato provenientes de comentarios ofensivos, que demeritan al niño, lo relegan y no se le da su lugar dentro de la familia, así como los actos fuertes de violencia física y psicológica, provocan un impacto que genera no solo un efecto inmediato a manera de respuesta, sino una repercusión que a la larga compone la condición del trauma psicológico y altera el funcionamiento normal de la vida. A menudo, padres responsables y comprometidos pueden preguntarse si el hecho de aplicar reglas de disciplina y limites en los hijos, pueda representar un trauma con el tiempo, y la respuesta inmediata a tal interrogante es que no, ya que un estilo de crianza amoroso que se fundamente con base en el respeto y la comprensión, no amerita que se le provea al hijo de todo cuanto pide, de modo que una educación sana desde el ceno familiar posibilita que el niño integre la capacidad para tolerar la frustración y el control de sus impulsos.

 

Sin embargo, existen actos que pueden pasar por sutiles actitudes de los padres o cuidadores, pero que finalmente representan un impacto negativo en la vida del niño. Por ejemplo:

 

1.    Cuando el padre ignora los logros y se enfoca especialmente en los errores.

2.    Las constantes comparaciones con otros niños, enfocándose en realzar las características negativas del hijo.

3.    Comentarios ofensivos normalizados, que no advierten el dolor emocional que provoca en el hijo, muchas de las veces en tono de burla o broma: “este niño es un tonto, pero lo quiero mucho”, “el niño habla muy delicado, no será joto” “yo ni quería ser padre, hubiera preferido que no nacieras, pero aquí estás”.

4.    Responsabilizar al niño de las problemáticas del hogar.

5.    Permitir que el menor tenga acceso a contenido de entretenimiento o actividades que no son acordes con su edad, como ver contenido pornográfico o de excesiva violencia, así como el consumo de alcohol, tabaco o sustancias ilícitas.

6.    Actos de negligencia que descuidan la salud y el desarrollo en general del menor, como ignorar la importancia del aseo y cuidado personal, no regular la alimentación y permitir el consumo excesivo de comida no saludable, así como restringir la comida como un método de castigo.

7.    Limitar oportunidades de desarrollo personal y académica, prohibir el contacto social con otros niños y personas en general.

8.    La descarga de frustraciones del cuidador/padre, en el hijo.

 

Estos son algunos ejemplos de acciones que se transforman en recuerdos impregnados de dolor emocional, antecedentes que en la persona poseen un peso con el que carga y que en algunas ocasiones pueda no estar consciente de la relación de estos hechos con los síntomas que padece en la actualidad. Por este motivo, es importante que cada vez más los padres y cuidadores puedan concientizarse acerca del estilo de crianza que proporcionan a los hijos con la finalidad de evitar la generación de traumas.

 

Efectos notorios del trauma psicológico

 

La manera de identificar la presencia de un trauma en ocasiones no requiere de un esfuerzo de análisis considerable, así también hay otros casos en los que el trauma representa un aspecto tan arraigado en la personalidad del individuo que se disfraza por una serie de hábitos o conductas normalizadas, que la misma persona no logra advertir respecto a la disfuncionalidad. Si contemplamos hechos significativos adversos en la vida de una persona, ya sea en la niñez, adolescencia o etapa adulta, es común que aparezcan notorios síntomas que comienzan a perjudicar la estabilidad emocional, por ejemplo:

 

1.    Síntomas de depresión y ansiedad, como periodos de llanto recurrentes y prolongados, agitación, inhibición, miedos crónicos, pérdida de energía.

2.    Pensamientos angustiantes e irracionales, afectaciones en la agilidad mental.

3.    Crisis nerviosas y ataques de pánico recurrentes.

4.    Evitación social.

5.    Pérdida de motivación por actividades cotidianas, escolares o laborales.

6.    Cambios de humor repentinos.

7.    Malestares psicosomáticos como cefaleas, dolores gastrointestinales, náuseas, afectaciones en la piel, alteraciones en el apetito, insomnio.

8.    Conductas impulsivas y autodestructivas.

 

Las afectaciones mencionadas son algunas consecuencias agrupadas de manera general, que ayudan a identificar la presencia de una anomalía en la salud mental y física de la persona; es común que el trauma psicológico aparezca mediante un conjunto de síntomas, ya que un tipo de afectación suele desencadenar otros tipos de manifestación generando una repercusión a nivel sistemático, así por ejemplo la prevalencia de la ansiedad como padecimiento perjudica el estado de ánimo y se manifiesta a nivel físico. Por lo tanto, independientemente del origen, el tipo de trauma, la intensidad de los síntomas y las repercusiones en la vida de la persona, es importante tener en cuanta el buscar ayuda profesional, el poder atender los padecimientos desde diversos enfoques ya sea mediante atención psicológica o médica, ya que es posible que con la debida intervención se pueda superar el trauma psicológico y lograr restarle el valor y peso que obtuvo por la trascendencia de los hechos.

 

De igual manera, es necesario tomar en cuenta que podemos contribuir para apoyar en la inmediatez a las personas de nuestro alrededor, cuando observamos que presentan indicios de conflicto emocional y mental, ya que el acompañamiento y el poder de la conversación posibilitan de primera mando el desahogo y la oportunidad de poner en palabras aquello que le aqueja, logrando tener un primer contacto que puede ayudar para brindar una orientación y aclarar que no es normal que una persona viva con una serie de padecimientos, siendo importante el recomendarles buscar apoyo psicológico y médico profesional.
















Lic. José Ruy García

Psicólogo clínico

Asociación Libre - Monterrey


Es común que los padres de familia presenten dificultades para hablar con sus hijos adolescentes y tener una convivencia amena, esto es debido a múltiples factores que interfieren en la dinámica entre padre e hijo. La etapa de la adolescencia se caracteriza por un periodo de transición importante en el que la persona se encuentra en un proceso de desarrollo físico y mental, que lo lleva a experimentar cambios notorios en la apariencia, altura, peso corporal, pero también lo relacionado con la personalidad, manera de pensar y la expresión de sus emociones y sentimientos. El joven de manera progresiva comienza a identificar dichos cambios entre aproximadamente los 11 y 12 años de edad (algunos antes, otros después), y se comienza a suscitar lo que llamamos un proceso progresivo de crisis debido a que se empieza a dejar de lado una serie de hábitos propios de la niñez, para ir asimilando nuevas conductas y roles que acercan a la persona a insertarse en la sociedad como individuos capaces de generar una influencia mayor. Los jóvenes adolescentes se dan cuenta del poder de opinión que van adquiriendo, la confianza que van ganando dentro de sus familias para asumir tareas y responsabilidades nuevas, observan la modificación de su tono de voz y el desarrollo de su cuerpo, así como el incremento de intereses y el aprendizaje debido a nuevas experiencias. Evidentemente, no podemos encasillar la adolescencia, ni ninguna otra etapa del ser humano, en un proceso rígido de tiempo y sucesos, ya que cada persona se desarrolla a un ritmo diferente, siendo así que habrá adolescentes a quienes les cueste todavía mucho más trabajo el familiarizarse con nuevas actividades, obligaciones, o incluso aceptar la pérdida que significa el dejar atrás el rol de la infancia.

 

Quiero plantear el concepto de “cambio”, como un evento en la vida del adolescente que no es inmediato, no ocurre de forma repentina, no solo lo involucra a él/ella sino a todos los personajes alrededor suyo, entonces este “cambio” representa una evolución paulatina de varios y distintos elementos que componen a la persona en cuestión. Por lo tanto, es natural que los padres y sus hijos tengan complicaciones para comunicarse debido a que el “cambio” no solo influye en la vida del joven, sino que también representa un proceso de adaptación de los padres quienes pueden preguntarse, ¿ahora cómo me dirijo a mi hijo/a si inmediatamente se molesta o se fastidia conmigo?, ¿qué es lo que le gusta hacer?, ¿por qué lo noto decaído o abrumado la mayor parte del tiempo?, por qué no me habla y juega conmigo como solía hacerlo cuando era un niño/a?. Estas y muchas otras preguntas pueden aparecer al momento de tratar sobre la comunicación y la interacción entre padres e hijos adolescentes, sobre todo cuando en dicha relación existen conflictos no resueltos, problemáticas a las que no se les da lugar, inquietudes que se deciden ignorar, y sentimientos que no se atreven a reconocer. A lo largo de este artículo, hablaremos de estrategias y condiciones que ayudan a fortalecer los lazos entre padres e hijos/as, así como problemáticas futuras que se generan cuando los miembros de la familia no hacen nada para ser partícipes en dicho “cambio”.

 

¿Cómo quiero llevarme con mi hijo/a adolescente?, ¿cómo quiero que se comporte?

 

Imaginemos que estamos en un contexto nuevo para nosotros, nos integramos a un lugar desconocido (escuela, trabajo, grupo), de pronto se acerca una persona y se presenta, nos da la bienvenida y nos comienza a explicar datos y detalles importantes del lugar en donde estamos, de lo que se hace y de quien es él. Obviamente habrá algunas personas que, por su manera de ser, conecten de inmediato en una conversación con un desconocido, habrá otros que se reserven hasta generar un nivel de confianza adecuado, lo interesante es que en cualquier caso necesitamos desarrollar ese nivel de confianza para poder sentir que tenemos una convivencia natural y fluida, para poder decidir si nos sentimos a gusto en la conversación y permitir a esa persona nueva entrar en nuestras vidas. Quiere decir que el trabajo de la confianza es un proceso que se gana, no solo la adquirimos, sino que también la brindamos al otro, porque así como podemos apreciar que una persona nos hable de sus experiencias y nos informe de sí mismos, agradecemos que podamos sentirnos escuchados y que se nos otorga un espacio para expresar lo que pensamos. La comunicación es una forma de interacción que permite a las personas generar un vínculo con los demás, si no existe algún tipo de comunicación, difícilmente lograremos integrarnos de manera fuerte con otros, por lo que es necesario que para generar un ambiente de coexistencia agradable, ameno, útil, efectivo, cálido y sano, se lleve a cabo un nivel de comunicación óptimo.

 

Cualquiera podría pensar que el padre y su hijo adolescente, no son personas extrañas, que por el contrario son dos personas que se conocen muy bien y que se aman, que han compartido por años un lazo estrecho, familiar, único e inigualable. Yo propongo que nos preguntemos, ¿de verdad esas dos personas se conocen?, si entre padre e hijo/a existe en esa etapa de su vida un conflicto evidente, nos podemos preguntar ¿realmente ambos conocen los intereses de uno y del otro?, porque de esta manera lograremos tener un punto de partida para conocer el origen de un conflicto, disipar dudas, advertir que nos equivocamos en el trato que ofrecemos a los hijos, identificar temores e inseguridades, fortalecer el vínculo fraternal, y así, el padre/madre participa activamente en el proceso de “cambio” de su hijo/a.

 

Los padres generalmente llegan a conducirse con la inercia de la rutina cotidiana, son tantas las ocupaciones, las deudas, los compromisos laborales y familiares, los problemas de salud, etc, que se transforman en situaciones que no nada más producen estrés, sino que también representan obstáculos en la comunicación con los hijos. Si a esto sumamos la apatía que de pronto llega a desarrollarse en los padres ante la necesidad de hablar y acercarse íntimamente a los hijos, descubrimos un fenómeno que se vuelve cíclico porque la comunicación estropeada limitará la generación y mantenimiento de la confianza entre ambos, por lo tanto, el/la adolescente incrementará sus deseos de permanecer apartado, crecerá el sentimiento de aislamiento, abandono, rechazo e incomprensión; por consiguiente, en los padres se desarrollará un sentimiento de fastidio, incertidumbre, desgano, se tenderá a obviar las razones del comportamiento de los hijos, y se clasificará al joven como inmaduro, grosero, malagradecido, con el tipo de frases como “¡es que no sé qué le pasa a mi hijo/a, antes era muy cariñoso conmigo, ahora se la pasa en su cuarto encerrado, en la hora de la comida no nos cuenta nada, y siempre anda con su cara de pocos amigos!”. Por favor no olvidemos lo siguiente, es muy importante que no ubiquemos a alguno de los participantes en cuestión como el culpable, como la víctima, como la persona que trata de boicotear el proceso de comunicación e interacción; es preferible percibir que la convivencia entre padres e hijos necesita que todos asuman una responsabilidad, un papel activo, una aportación a su nivel y posibilidades, lo cual quiere decir que una comunicación efectiva y sana no necesariamente implica charlar eufóricamente y de manera prolongada, no quiere decir que todos en todo momento deban mostrar una cara sonriente y benevolente, no debemos olvidar que comunicarnos con nuestros hijos implica saber que en ocasiones las personas presentamos emociones displacenteras, a veces la comunicación amerita que respetemos que el otro no tiene ganas de hablar o que se siente avergonzado y triste, porque entonces reconocer esto es dar lugar a los sentimientos y eventualmente retomar el acompañamiento para brindar el apoyo que sea necesario.

 

Pero entonces, ¿Cómo me acerco a mi hijo/a?, si todos los días le pregunto cómo está, si ya comió, el cómo le fue en la escuela, etc. Hay padres que agotan rápidamente las posibilidades de comunicación y consideran que han hecho lo suficiente al cubrir las preguntas y temas habituales del día, esto es uno de los factores que abona dificultades para generar un acercamiento, debido a que la obviedad produce en el hijo/a una percepción de desinterés hacia sí mismo, invita a saber que a los padres se les puede responder con respuestas cortas de afirmación o negación. El abordaje del padre no debe limitarse a preguntas cotidianas y despersonalizadas, ya que es importante que si queremos saber cómo está nuestro hijo/a, podamos acercarnos con temas específicos, por ejemplo: “¿cómo te fue el día de hoy?, me platicaste que tenías un examen muy complicado?”, “¿te gustó la comida? Fíjate que la preparé así, aunque se que prefieres otros platillos, pero quería que probaras este, ¿qué le cambiarías?”, “hace rato te noté triste, y me acordé que me comentaste que tuviste un problema con tu amigo, ¿será que esa situación te tenga desanimado? ¿te gustaría si me siento contigo para que me cuentes al respecto?”. En estos ejemplos simples podemos observar que la pregunta de los padres no se limita a un interrogatorio básico y cerrado, sino que propone un tema a abordar y añade particularidades de los hijos, lo cual conlleva a que se fomente un intercambio de ideas, se le invita a los hijos a brindar una explicación y a expresar lo que sienten pero de manera específica, porque de esta manera si los hijos perciben el interés de los padres y su colaboración ante sus problemáticas, fácilmente se generarán respuestas cargadas de afecto, siendo incluso posible el notar el entusiasmo por contar lo que acontece en sus vidas.

 

Estrategias para favorecer la comunicación.

 

Ningún método es infalible y tampoco existe una guía concreta que de manera rigurosa produzca un efecto positivo en la comunicación, ya que al tratarse de relaciones humanas tenemos que considerar la singularidad de los individuos, lo que quiere decir que para mí algo puede significar mucho, pero no lo mismo para otros. Sin embargo, la comunicación entre padres e hijos si requiere analizar el nivel en el que esta se suscita, poder darnos cuenta que nos estamos alejando de los hijos muchas veces sin tener la verdadera intención, en algunas ocasiones por priorizar otros asuntos y otras veces por ignorar lo que está ocurriendo. Al respecto quiero proponer unos puntos importantes a tomar en cuenta al momento de intentar comunicarnos con nuestros hijos adolescentes:

 


1.- Los padres pueden conocer los intereses de los hijos. Muchos padres brindan a los hijos las oportunidades de estudio, deportivas y recreativas, pero no se involucran en cómo los hijos se desarrollan en las mismas. Es importante generar un espacio en el que nos interesemos en la experiencia que los hijos puedan contar sobre un partido de futbol, sobre el nuevo disco de música de su artista favorito, acerca del programa de televisión que están viendo, conocer la opinión que tienen sobre problemáticas sociales, invitarlos a desahogar sus sentimientos por la partida de un ser querido, y fomentar su participación y opinión sobre decisiones familiares.

 

2.- Los padres necesitan evitar demeritar el valor de los hijos, cuando estos cometen un error. Cuando los hijos se equivocan, muchos padres los reprenden de una manera intensa, pero esto se convierte en un acto punitivo y vengativo, en lugar de una intención correctiva y orientadora, de modo que dicha intervención elimina la confianza y aleja a los hijos. Es importante tomar en cuenta que un error no define la identidad o el valor de las personas, siendo necesario entonces tener cuidado con el tipo de lenguaje que utilizamos al realizar señalamientos hacia los hijos. No es lo mismo señalar “¡Reprobaste el examen, siempre te pasa lo mismo, las matemáticas de plano no te entran, ni para qué me esfuerzo en pagarte la escuela si no eres capaz de aprovecharla, no vas a lograr nada!”, en este ejemplo observamos un señalamiento que generaliza la capacidad del hijo/a de manera negativa, además de advertir enojo en el padre, se aprovecha la ocasión para lanzar comentarios, que sin utilizar palabras altisonantes, resultan hirientes. Distinto es intervenir de la siguiente manera “reprobaste el examen, ¿qué crees que te haya faltado?, si estás teniendo complicaciones para entender un tema o procedimientos matemáticos tal vez necesitemos buscar alguna asesoría. Me preocupa que sea tan seguido que tengas notas bajas en matemáticas, pero vamos a encontrar la manera de que logres comprender el contenido del curso. Comprendo que las matemáticas se te dificultan, pero veo que se te facilita la biología y la historia”. Aportar el reconocimiento de las fortalezas de los hijos y centrarnos en la búsqueda de soluciones más que en la reprimenda, ayuda a incentivar hábitos funcionales y equilibrar su estado de ánimo.

 

3.- Los padres tienen derecho a molestarse con las actitudes irresponsables, indisciplinadas o comentarios ofensivos de los hijos. Así es, una comunicación sana no está exenta de reconocer los sentimientos de los padres y de los hijos. Me refiero a que no podemos pretender que no ocurre nada cuando los hijos actúan de una manera irresponsable, ponen su vida en riesgo, o atentan contra los intereses propios, de la familia o terceros. En la medida en que se logra una integración y convivencia armónica entre padres e hijos, los momentos en los que se tenga que enfrentar errores o comportamientos indeseados, se podrá permitir una intervención que busque corregir. Quiere decir que los padres tienen el derecho y obligación de hacer ver a los hijos sobre una conducta errónea, sin la necesidad de expresar comentarios ofensivos, despectivos o utilizar agresiones físicas, porque todo esto último impide que el vínculo permanezca estrecho, y por el contrario se generan repercusiones importantes en los hijos en temas de autoestima, seguridad, confianza, sentido de pertenencia, etc.

 

4.- La vida de los hijos, no es la segunda oportunidad de los padres. En algunos casos se comete el error de querer guiar a los hijos mediante imposiciones, las cuales provienen de deseos frustrados de los padres respecto a sus propias experiencias de vida, esto conlleva a que los padres vean a los hijos como una pantalla para proyectar anhelos no cumplidos considerando que son buenas intenciones, por eso escuchamos ideas como “mi hijo va a estudiar la carrera de leyes porque yo siempre quise ser abogado y eso le vendrá muy bien” o “mi hijo tiene que cuidarme a mi cuando yo sea un anciano, siempre le digo que al día de hoy yo lo cuido, pero que en un futuro tendrá que hacer lo mismo para mí”. Imponer una ideología, obligar a los hijos a actuar de determinada manera, condicionar el apoyo a una retribución a futuro para los padres, son aspectos que no solo afectan la comunicación, sino que también impactan a nivel psicológico en los adolescentes. Es necesario entonces que la comunicación sirva como un medio de expresión, no solo de los padres, ya que lo hijos adolescentes también tienen el derecho de externar sus intereses y recibir una guía y acompañamiento que les brinde soporte, que aclare sus dudas y que sirva de ayuda para investigar sobre la vida. Tanto padres e hijos pueden externar lo que esperan unos de otros, y así construir juntos un lazo familiar que los distinga sin caer en la repetición de patrones nocivos.

 

5.- No todos los momentos son los ideales para hablar. Hay lugares y momentos que se prestan y se antojan para tener una plática profunda, son situaciones que posibilitan el hablar de temas importantes, de asuntos que inquietan a los hijos y los padres, de aspectos que resultan vergonzosos o que requieren de privacidad para los participantes; así también, hay temas que son íntimos, requieren su tiempo para ser procesados en la individualidad de cada persona, y que primero ameritan de un desahogo. Me refiero a que tenemos que tener cuidado cuando queramos hablar con los hijos porque muchas veces se pretende hacerlo en lugares públicos o con personas presentes que no deberían atestiguar la conversación, aunado a que hay problemáticas que los hijos tienen que de inicio les resulta más cómodo atender con sus iguales o reflexionarlos ellos mismos, por lo tanto los padres requieren comprender que muchas veces un tema triste o difícil, que se observa ante la renuencia de los hijos para hablar, se aborda primero con la presencia, con la cercanía física y cálida, a veces también con la posibilidad de brindar un espacio de privacidad, y posteriormente una postura de escucha atenta y comprensiva.

 

Finalmente, es importante considerar que la psicoterapia individual y de familia, ayuda a generar un análisis que esclarezca los motivos que originan las fallas en la comunicación entre padres e hijos, además de que mediante la atención psicológica se logra atender los síntomas que puedan estar afectando la calidad de vida de padres e hijos. Por lo tanto, la comunicación abierta y fluida también permite identificar cuando es necesario solicitar ayuda de parte de profesionales de la salud mental; e incluso el que las personas adviertan que los conflictos que tienen con sus hijos han terminado por rebasar el límite de la paciencia y la estabilidad emocional, también es un indicio que marca la pauta para solicitar apoyo profesional.             

 














Lic. José Ruy García

Psicólogo clínico

Asociación Libre Monterrey

 

     

 

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